por Romina De Angelis
a Luciano García
El blableo de Luciano García (surfer urbano) me ha incitado, en primera instancia, a buscar alguna forma de venganza por la grafía de mi apellido. Recordé tiempos de autoafirmación patronímica que llevaron a la amonestación de cierto oficinista de la Academia y al expendio de más y más papeles para subsanar el error (cf. Res. 533/2004 CD).
No poco tendrían que decir la ontoteoteleofalogofonocentrismo/ fobia al respecto, pero ese es un divague que dejo a entendidos[1].
El carácter “a la mano” de la filosofía heideggeriana, aparte del consabido onanismo “mental” implica otro perfil poco citado (que no es ni la ceguera ni la vellosidad en el instrumento de placer venéreo).
Me refiero a la imposibilidad de la concepción. Dice Savater que Octavio Paz dijo que el filósofo es un caradura, porque lo único que se le pone dura es la cara. Y bueno, a cada día lo suyo, para algo existen los amantes. Por algo abandoné el género de novios filósofos. El éxtasis deberá buscarse de otro modo, y la flaccidez mental que impera en Academias Pitman poco tiene que envidiarle a algún bon vivant de pasillo.
Y así terminamos hablando de las mesas. Y con las mesas. Desde los gnósticos y agnósticos, pasando por el de Hipona, Descartes y Hegel, llegamos a Marx, Nietzsche y Freud, y dejemos de contar porque se acaban los dedos del mundo para numerar tamaña proliferación selvático-mosquítica de pensadores. Y todavía nos preguntamos por la mesa. No me digas que no es tierno. El fervor místico, el candor de los modernos, las expectativas de los positivistas, y para qué. Todavía no sabemos por qué existe la mesa.
Y qué esperanza. El único motivo por el que no termino (ni empiezo, para ser honesta) mi tesis es para evitar el título de licenciado[2]. Evito sugerir y sugerirme el tener alguna respuesta: si me cuesta tanto formular las preguntas. ¿Cómo vivir entonces entre entes humanoides que se las saben todas? ¿Aprendiendo? No, gracias, algo de pudor me queda. Con o sin máscaras, Luciano, hablamos con las cosas porque son las que escuchan. Y de Heráclito a esta parte, todo sigue fluyendo y el tiempo todavía es un niño que juega a los dados y que nunca crece. El tiempo es Peter Pan, el Peter Pank de Capdevila. Así que perderlo, ganarlo, que se estire como un chicle o como una tortura contraído, da igual.
El tiempo es un niño que juega a los dados. El tiempo juega con mi cuerpo, con el tuyo, con las cosas. ¿Por qué no voy a jugar yo, haciéndotelo ganar o perder mientras lees esto, o mientras yo lo escribo?
Racconto
Una defensa derridiota, el onanismo y la no-concepción (la imposibilidad de perpetuar en el tiempo la fantasía de la perpetuidad) y finalmente la mesa, son formas de perder el tiempo, como diría mi abuela. Pero mi abuela es una idiota (sin derr-). De dónde venimos, adónde vamos y qué somos no son más que eufemismos. Del ágora helénica a la charla pampa en el café, del jardín de Epicuro al parque Alem, de los paseos del Peripato a la Peatonal Córdoba, las preguntas son las mismas, y las respuestas... las respuestas por suerte no existen (¡así podemos seguir jugando!).
Romina De Angelis
(Bar-tender)
10.08.05
[1] En verdad es un divague que me aburre, junto a la legión de derridianos et. al.
[2] Para las cuestiones de género, cf. Erik The Red, Obras selectas, Suck-me Editions, 2003; V’s Florence, Pour quoi je suis qua je suis?, S-G-y & Longman Ed., 2005.