por Luciano García
u otros

La filosofía


por María Alicia Favre


Si se pregunta: ¿qué es filosofía? la única respuesta sensata sería: la filosofía no se define. Pero de todas maneras no somos gente sensata. De lo cual extraeremos dos conclusiones: la primera es que vamos a intentar responder a esa pregunta. La segunda es que  no es propio de la insensatez dar definiciones. Por lo tanto, no tomaremos el toro por las astas (esto también es propio de hombres sensatos[1]) sino que haremos una perífrasis para intentar señalar la filosofía. Pero como podemos visualizar varios planos de emergencia de la filosofía deberemos dividir en diferentes proyecciones esta circunlocución.


La filosofía y lo obvio


Primer acercamiento falaz: la filosofía tiene que ver con devastar lo obvio, con lo cual la filosofía sólo genera abismos y habita, encuentra su sede, en los márgenes que inaugura.
Este punto genera aperturas en múltiples planos.
Lo obvio se encarna en lo institucional necesariamente. Con lo cual la filosofía nunca acontece dentro de las instituciones. La institución encargada de enseñar filosofía sólo puede transmitir precariamente un cúmulo de contenidos. En esa transmisión se importa una falta y lo que falta es, precisamente, la filosofía.
Lo obvio también se puede presentar con la forma de un sentido común. A partir del cual, por sólo dar un ejemplo vulgar, afirmamos que lo que vemos y tocamos existe y que el tiempo sucede. Entonces la filosofía es la nada y quien se abisma en la nada es un filósofo.
Lo obvio se puede presentar en lo cotidiano. La famosa lucha por la supervivencia, condición de posibilidad de todo lo demás. Así el filósofo se exhibe como un inadaptado y si sobrevive es por mero azar. El filósofo nunca posibilita nada de lo cotidiano, de hecho la filosofía no sirve para nada. Con lo cual se convierte en un parásito de cualquier sociedad y toda sociedad repele lo parasitario. Y es esta también una forma de habitar los márgenes, pero coactivamente.
Si lo obvio es que lo más elevado en el hombre es el alma, el filósofo sólo puede poner el cuerpo, abismarse en el cuerpo y con el cuerpo. Y si lo obvio es respetar el cuerpo, el filósofo no hace más que flagelarlo u olvidarlo.


La filosofía y lo atroz


En cuanto a las relaciones que se pueden establecer con lo atroz se abre un abanico de posibilidades. Pensemos tres. Puede ser mirado desde fuera (es lo que haría el hombre sensato del que hablábamos antes). Puede establecerse una relación visceral con lo atroz, o puede, por último, generarse una apertura estetizándolo. El segundo y el tercer momento se implican: el segundo implica el tercero aunque no de manera necesaria. Quiero decir, para que devenga la estetización debe haber habido relación visceral con lo atroz, pero puede no darse este paso hacia la poesía.
La filosofía no puede eludir lo atroz. El filósofo debe abismarse en sus múltiples presentaciones (o al menos en algunas). En un repliegue sobre sí mismo lo atroz adopta la forma inmediata de la angustia, asumiendo diversos contenidos. Este es el modo más auténtico de la relación. El filósofo debe permitir que esta relación vapulee todos los espacios de su interioridad y debe dejarle también ocupar su corporalidad.
Luego en un segundo momento puede posibilitar una apertura de esta relación, estetizando lo atroz. Intentar nombrarlo es una manera de conjurarlo al objetivarlo. Es el gesto borgeano por excelencia, escritor-filósofo como lo nombrara Firpo hace tiempo.



La filosofía y el sentido


Si lo inmediato en las creencias es la adopción de una coherencia (¿necesariedad antropológica? Peirce nos hablaba de fijación de la creencia) el filósofo debe encargarse de denunciar la falsedad de este supuesto sentido.
La actitud socrática apotropaica respecto del sentido signó a la filosofía y conjuró cualquier posibilidad de encontrarlo. Hablo del célebre sólo sé que no se nada, que señala para siempre el devenir desparejo del filósofo errante (errático + errado). Quiero decir, tal vez todo tenga sentido y aquel que no es filósofo pueda visualizarlo y aún enunciarlo. El filósofo está condenado al sinsentido, karma de un gesto inaugural que regula su impostura.
Destino trágico del filósofo: no poder dejar de hablar aún cuando sabe de la imposibilidad de nombrar algo; seguir exigiéndose argumentaciones lógicas aun cuando la mayor precisión lógica jamás ha mostrado un sentido.
Muchos otros planos pueden generar aperturas en este intento por dar respuesta a aquella pregunta. Dejaremos estas falaces aproximaciones por ahora. A quien le venga en gana que las condene, a quien quiera que las complete.



[1] No digo mujeres sensatas ( está muy de moda poner: hombres/mujeres…), lo cual sería un manifiesto sinsentido.