por Luciano García
u otros

Un platonismo de gusto

(Comentario retardado al “Clamor del Ser” de Alain Badiou)[1]


A Romina De Angelis,
en pago a los favores recibidos



La historia general de la filosofía es una fantasmática platónica, y no una arquitectura de los sistemas anuncia Michel Foucault en Theatrum Philosophicum pensando en las ideas que arrojó Deleuze en estos asuntos. Comienza posplatón, desde el momento en que Aristóteles o los sofistas disponen sus retruques a fin de pervertirlo, subvertirlo, convertirlo, bla bla. Filosofía, platonismo. Saga amoródica de su interminante metamorfosis. Dos milenios y chirola no de cara a la realidad sino viendo qué hacer con unos papiros y una tradición inventada en los jardines de Akademo.

El propósito de este libro de Alain Badiou, por lo que parece, es traducir a Deleuze a un lenguaje platonista. O sea demostrar que el platonismo invertido, o bien este platonismo invertido en particular – no lo sé bien -, es un platonismo; lo cual parece evidentemente cierto. Pero acaso tautológico. Leerlo en términos platonistas, o reescribirlo en términos platonistas, o, acaso, calarlo – en el sentido rioplatense de la palabra -, pescarlo, enunciando un platonismo propiamente dicho y en su propio léxico de reversa.
Su autor, Alain Badiou, se promueve lisa y llanamente como un platonista cuyo afán es restituir – así dice – al platonismo. Badiou se hace llamar filósofo “clásico” y postula – he ahí su treta – una pareja clasicidad en Gilles Deleuze. Clásico, esto es: platoniano.
Correligionario entonces de Badiou, que se ubica a sí propio en la perpetua epopeya, Deleuze es un filósofo clásico (68-82): metafísico del Ser y el Fundamento.

Badiou quiere atentar con lo que sería – en mi torvo juicio - la imagen general de Deleuze, la facha-Deleuze: Deleuze entendido “como pensador alegre de la confusión del mundo”.
Nosotros, que somos de esa pobre gente del hampa filosófica, anarquistas de barrio del filosofema, Carriegos maldito-posmos del pensamiento-web, preferiríamos un Deleuze como aquel, simpático, ídolo de juvenilias del intelecto. Nos gustaba un Deleuze para soñar una República Esquizofrénica, de monografistas escolarizados que por las noches devenían – por decirlo en su jerga – loquitos poéticos soñadores de un posible destino de electroshocks y editores temerarios.
A cambio de eso, este señor nos quiere vender un Deleuze devoto de lo Uno, de lo Uno-todo. Un Deleuze, que si argentino, hubiera publicado en “La Nación”. El autómata deleziano, insiste, no se parece en nada a los barbones de Mayo del 68. Antiparlamentarista, enemigo de los “nuevos filósofos” de tevé, ermitaño del sistema. No existe un Deleuze del destape alfonsinista, demócrata del deseo, sino uno anarco aristócrata y asceta: aristoanacoretácrata. “Anarquía coronada” que ha de tener que ver con aquella Derecha Natural que alguna vez ungiera en gritos ese muchacho Antonin, provedor estrella de visiones de espanto y eslóganes que aquel trocaría en oros de “conceptos”.
El héroe deleziano es elegido por su destino de esclavo de la madre hibris que lo ostracisma de los límites como a un robot de la locura. ¿No está de alguna manera condenado a su libertad, o sea coronado de acracia? La filosofía de la vida – dice Badiou – es una filosofía de la muerte.
Deleuze es un monotonista de la fabricación – en serie – de conceptos y – lo peor – un Metafísico de lo Uno. Esa monotonía, ese grito sordo, para sordos, sería de Parménides a Heidegger, “el clamor del ser”. ¿Era, como pinta Badiou, Deleuze un pichón de Heidegger ya sin prosapia ninguna en la fenomenología? La filosofía deleziana responde a estas tres preguntas iniciadoras del filosofar recicladas en el siglo XX por la nemotecnia etimologista de Heidegger de la memoria filogenética del organismo filosófico universal: ¿qué pasa con el ser? ¿qué significa pensar? ¿cómo se cumple la identidad de ser y pensar? [2]
El ideal del filósofo sigue siendo levantar una metafísica: no se trata de preguntar si es posible sino si uno es capaz. Entraríamos así, por un exit, a un terreno caro a la historia (acontecida) de la filosofía argentina: la idiliotragedia de la Metafísica y el Pragmatismo.
Coleccionista perpetuo de monstruos peor que Gómez de la Serna, se sirve de varios muchachos de la historia de la filosofía y se apodera día a día de todos los locos lindos del arte del siglo XX (la lista de su parnaso es tan larga que abarcaría casi una página que podemos obviar) simple y llanamente para confirmar, muy al contrario, que el Ser es unívoco (p.41). Oh.
Esto significa ponerse del bando contrario de Aristóteles y Kant, esos antihíbridos, los pesos pesados de la “categoría”. El ser es monótono, no se dice de guisas varias. No a las dos vías, ni Ser ni No-Ser, ni el Ser ni la Nada (: a cambio el extra-ser, un neutro). Ni Parménides ni Descartes: lo claro y distinto es confuso y oscuro. La cadena del ser y el ente no es echar un vistazo (Descartes) sino una narratura. Su mèthode dice Badiou no es dialéctico sino intuicionista (del palo de Bergson).
La “verité”, analógica o equívoca, es patrimonio de la ciencia. El concepto es filosófico y unívoco. Deleuze fue el primer filósofo que “activó” “la historia an-histórica del Uno-pensamiento”. ¿Perdón? ¿Qué lo qué? Una remembranza geschichtlich a lo Heidegger. Pero no descifra el destino, afirma el azar ¿Confirma el destino?
Dime qué piensas de Platón y te diré quién eres dice Alain Badiou. El platonismo no cesará de ser invertido porque fue desde siempre invertido. No hay que invertir al platonismo, critica Alain Badiou, sino al antiplatonismo inveterado y crónico del siglo XX y de toda la modernidad, inventado como adversario prevencido de toda filosofía que traía la buena nueva. Platón debe ser restituido por la deconstrucción del Antiplatonismo.
Como anotaba Cioran – que era un filósofo del disgusto – enfermizo – o del mal gusto - Kitsch -, la filosofía es una cuestión de modas, y por ende, de gustos. Deleuze mismo – una vedette de la moda[3] – tenía a mucho el gusto en el filósofo[4]. Acometido por Badiou, le contesta que no tiene ningún gusto por la verdad, que según su criterio, no tiene nada que ver con la filosofía (p. 81). Así las cosas, muere Deleuze y Badiou se da el gusto de escribirle a ese amigo que no fue “El clamor del Ser” y de considerar a Deleuze desde el punto de vista de la verdad, desde el gusto por la verdad mejor dicho, o sea desde el Antiplatonismo Invertido, donde aquel militaba involuntariamente (v. p. 89), como todo platonista en general, o quizá especialmente.
La filosofía, al contrario, tengo para mí que sólo sirve para tributar un aporte más a la confusión general. No es inútil[5]. Lo demás es la doctrina sus ritos y sus derivados. Gocisofar. Caosmizar. Goce, en su ominoso doble sentido de mezcla de vidamuerte, placerdolor. No sé si esto tiene que ver con la equivocidad del Ser pero por las dudas lo afirmo: el Ser es Equívoco.
Mi gusto por Deleuze corresponde a ese imperativo, a esa circunstancia. Como pensador alegre – o acaso amargo – de la confusión universal.
Desde Platón hasta la fecha, como se ve, sobre gustos está todo escrito (v. 129).




Agosto, 2005


[1] Alain Badiou. Deleuze. El clamor del Ser. Manantial Bs. As. 1997. (Deleuze. La clameur de l'Etre . Hachette. 1997)

[2] La contestación de Deleuze es que el ser se declina como uno, vida orgánica, imanencia, donación insensata de sentido, virtual, duración pura, relación, afirmación del azar y el eterno retorno, y pensar es síntesis disyuntiva e intuición, lanzamiento de dados, coacción ascésis de un caso, fuerza de la memoria.(p.111)

[3] Cf. “Carta a un crítico severo” en G. Deleuze “Crítica y Clínica”.

[4] La razón le sirve al filósofo para el trazado del plano, la imaginación para la invención de los personajes, el entendimiento para la creación de los conceptos, y el gusto para el ensamblaje de los tres ( Deleuze-Guattari “¿Qué es la filosofía?” p. 78)

[5] Estamos prometiendo desde luego una analítica intempestiva, un deliberado comentarismo confusionista que mantendrá al Lector en la casa del Autor, la Confusión, recinto de lo metafísico. No hay fundamentos que se funden, sólo gravitamos flotando por los estados místicos: fundidos. Importa más el afecto de las proposiciones (enunciados, digo) que tiramos, que su conclusivación. La separata de pajas y trigos compete al laboraje del Lector. Si para los filósofos esto es ser un desubicado o el portagrama de un sinsentidismo “vulgar” (¡cómo quieren ellos, tan populistas, o sea piadosos, este término!), mejor. Si lo otro es seguir lucrando con la moneda del doble platonismo, lo mejor es mantenerse en esta nada que llamaríamos nada o Platonismo Divertido, si es que no hay más que platonismos, aún sin “método”. El pensamiento automático es entendido de este modo por nosotros, como el grito sordo de un chamuyo mayéutico en el oído sordo del Otro desaparecido y con la lengua de su ausencia. Ji ji ji.