por Luciano García
u otros

El idiota lacanodeleciano

(DECURSO DE FILOSOFÍA POLÍTICA)




Una de las muchas cosas a las que aprendí a renunciar es, al final del camino, a renunciar. En este orden de renuncias invertidas aprendí – me costó mucho, tiempo y huevos – a abandonar una cierta idea de santidad insostenible que Foucault llamó – refiriéndose a Deleuze y no sé si en serio o no – “la vida no fascista”. Descombes anotaba en su graciosa simpática y obsequiosa reseña de las últimas décadas heroicas del show business de la filosofía francesa – por adopción también argentina, pero pasivamente – que el vitalismo deleciano (freudomarxismo coronado, nischizado a la Artaud) tenía poco y nada de vital, y bastante más de ascetismo. Y quienes hicimos la experiencia de creernos delecianos por un rato – ¡veinte años después y bajo pleno menemato! – (un par de amigos de mi barrio y yo verbigracia), y de soñarnos por unos instantes en el héroe quijotesco que dibujaba El Antiedipo, ese “esquizofrénico” uránico e impoluto, podemos – al menos yo – darle la diestra a Descombes. Alguien nos silbó en el oído después que no era más que otro escalón sin escalera de la sempiterna épica de logos especulativo-emancipatorio y su incurable humor negro. Luego Deleuze, seguramente sofocado por sus libros y los enemigos y amigos de sus libros, confesó que estaba pasándose al bando de los paranoicos, o sea de los villanos del Antiedipo, de los esquizos caídos, desangelados, traidores. ¡Tanto quilombo y al final…! Por eso vuelvo a preguntar como lo hice una vez: ¿con qué linterna se busca a los “anarcodeseantes”? Porque del trabajo a la casa y de la casa al trabajo – escaños y circuito, por si hacía falta decirlo, de la vida ideal peronista, y real – la vida cotidiana urge y urge de microfascismo y no de Robinson-pulsión, de libido-Jean-Jacques. Para resolver la aporía que nos vedaba de un “devenir fascista” – un imposible de la lógica delecista -, Lamborghini (Osvaldo), un lacanodeleciano del desastre nacional – nuestra épica -, inventó (macedoniano con pérdida perdida como era) el “fascismo por encargo” como recurso en todo caso “literario”. Sic. Una moral literaria (estilística) y una ética de la escritura (como podrían decir algunos), quizá sólo era eso, y aquí no quiero hablar de la textualidad sino de política, aunque esto es un texto al final y – en el extremo loco del derridismo - ¿qué no lo es? ¿qué ética no es de-la-escritura?
Un filósofo bajo – en la nomenclatura telúrica de Tomás Abraham -, Deleuze, que concilió del modo más ejemplar a los tres popes de la sospecha (término cuya fama se debe a Ricoeur y Foucault que yo sepa), Marx-Nietzsche-Freud, terminó sin embargo haciendo del personaje principal de su novela casi un Principito, como se observa en ciertos promotores locales y actuales del “esquizoanálisis” bonancible, camino a León Gieco.
Escribe Germán García – que en otro libro contaba como Osvaldo recibía en los 70 al Antiedipo, en los haberes de su gesta terrorista - que el esquizofrénico soñado por Deleuze-Guattari es “un idiota que llama la ternura, que busca que se le suponga un saber”. Pero no hay que dejarse llevar mucho por la ironía aburguesada de los lacanianos, más sabiendo en qué anda hoy la escolástica de esos burócratas del dinero, ayer heroica en su sucinta era de piedra masotiana. Contra la ironía el desastre, orgasmo sarcástico. Podríamos llamar – en un mismo lodo…- a Lacan, como un jerarca autóctono del culto por Melanie Klein, “ese analista estúpido que proclama que la relación sexual no existe y la Mujer tampoco” [1] . Entre Lacan y Deleuze, entre un idiota y otro, me reservo este refugio cartesiano para pensar y escribir, simplemente el del idiota. Una figura por cierto muy poco política, como saben los que estudiaron a los griegos. Paranoico con ternura, neurótico antineuróticos; fascista melancólico y mártir, y por un mundo mejor…



FINIDA

(Llamamiento a pensar “fascismo”)


Podríamos hablar, tratando de tratar de política, del fascismo no deseado. El Antiedipo se planteaba como un discurso de filosofía política justo ahí, en la coyunda de fascismo y deseo con su recordada pregunta de antología sobre por qué se deseó el fascismo. Más bien yo empezaría al revés: ¿por qué no desear el fascismo? Pero, en principio, fascismo es una palabra comodín, que en el auge de eso que alguien llamó el “microfascismo” de la vida cotidiana, se usa para putear al otro, se usa como agravio ante un adversario de turno, lo vemos en la facu, en el bondi, o en la televisión, y nunca se sabe de qué se habla muy bien. Recordó uno antes a Foucault, aquel que hablaba del micro…, y de su prólogo al ethos antiedípico. Bajo esa óptica Deleuze es un mártir del antifascismo posartreano. Sin embargo Badiou era de otro parecer, y en el libro que le dedica posmórtem comenta cómo lo trataba de fascista al compañero Gilles, por su gusto por el espontaneísmo, y aquel a él de estalinista, improperio devuelto. Un filósofo místico y nazi nos enseñó a volver al ser. Suponiendo que el saber lo que el ser es es un asunto más o menos resuelto, yo me inclinaría por averiguar esta noche qué es ser fascista, como un lindo punto de arranque y punto muerto de las almas para un filosofar político. Pensar en lo que no se quiere pensar, contra uno mismo, como enseñaban algunos de estos maestros donatarios de nuestro desastre fáustico y faustróllico (ya que el poder es ubuesco, dijo aquel al que aludo y sin pensar el menemismo), podría dar en pensar en el fascismo no deseado, que sin embargo es deseado y ni está sólo del lado del adversario, sino del lado del adversario contra sí mismo, uno. E ir a espiar a los fascismos microscópicos, los microfascismos justamente, los fascismos…moleculares, para seguir en el léxico de la jerga que amorosamente estamos parodiando. Vuelvo a pensar hoy en la frase de Barthes –“el lenguaje es fascista”– y en el “encargo” de Lamborghini y en la Aufgabe de Heidegger, traducida por tarea por los sabios castizadores de germanías, pero que tiene que ver con ausgeben, que quizá quiera decir publicar un libro, y publicar tendrá algo que ver con lo público, y el encargo con aquello de que se está cargado, y ya no sé adonde voy con esta ganga etimológica…Deleuze ¿fascista o antifascista? To be or not to be.

Revelado el lugar desde el que hablo, inventado, el del idiota posicoanalítico nacional, propongo un tema, el de conceptuar fascismo, y averiguar su deseo.


Bonus


Sobre esa vida no fascista yo creo a esta hora del día dos cosas: uno: es imposible; dos: indeseable. El deseo es tan deleciano como peronista. Tan aristoanacoretácrata como nacifascista. Que el deseo de los filósofos – en cuanto tales - sea el menos fascista de los deseos, no quiere decir que su aristosismo anarcoeremítico – más allá del bien y el mal en principio – sea una oda a la nobleza y bondad tal como termina en la boca de la propaganda abierta las 24 horas del progresismo continuo que pone el póster de Deleuze con el de Gieco. El “poder” no sólo prodiga la sexualidad con cierta obligación – como se dijo contra el froidismo primitivo algún día -; hace lo propio con la Idea de Bien, y prodiga – cínicosublimemente - al sujeto cantiano y lo inviste de infinitos rostros, de raros peinados nuevos. Hay quien ha narrado – Piglia, hace 20 años – cómo se parecen Mi Lucha y el Discurso del Método. Y no hay por qué creer que el anticartesianismo de los hijos galos de la sospecha no sea un cartesianismo al revés [2] . El lado oscuro del deseo filosófico, del deseo deleciano, ¿es el deseo jitlercartesiano? Mejor confesemos que el deseo es – promedio – anarcofascista. Y de ahí en adelante vemos que se puede hacer, en pro del bien o del mal, de la nada el placer, el ego o el poder.



2/3/6, Rosario



[1] E. Rodrigué, “Gigante por su propia naturaleza”.

[2] Ya hubo, como se sabe, quien afilió Las Palabras y las Cosas a la ópera de Adolfo Hitler.