por Luciano García
u otros

Qué es la filosofía para mí el día de la fecha


La querida tía Alicia encabeza la formulación de la persistente y retórica inquisición de claustro ¿Qué es la filosofía? La pregunta parece boba; pero un filósofo, me temo, no puede andarse con sutilezas en estos casos. Tal como van las cosas hoy en día, se siente oprimido por este enigma aliciano, constitucional en su país de maravillas, en el país de las maravillas que es la tierra de los filósofos. Por suerte no tengo una respuesta vitalicia, sino poco menos que una por jornada. Por estos días que corrieron fui teniendo las siguientes.


A Alicia, su maravilla, su país,
y a todos los que no me quieren,
a bien de que perseveren

a

En boca del mentiroso lo obvio se hace dudoso


El filósofo es un cerdo que se moviliza en el lodo de lo obvio. No hay filosofía de la nada, ex nihilo, ni hay filosofía en las aleaciones de anacolutos y solecismos aliterados y o cacofónicos. El filósofo no es, en cuanto tal, un comunicador social pero al menos intenta comunicar cada tanto un sujeto con un predicado bajo el disimulo de un principio de razón suficiente que lo convierte en un hacedor prosaico de objetos linguales: cuenta cuentitos, maquina ficciones, es antes un narrador que un poeta. Se dice sólo de mala fe, o por imbecilidad, que hay filósofos-poetas. Sólo se trata de una marca de estilo particular. Es menester un minimum de lengua franca, y no de matemáticas, para entrar en la escuelita del viejo Platón.

Se trata de un semantiquismo, de un decurso semantíquico bajo control de un cierto consenso y bajo el imperio en desgracia de una gramática cuya repetida traición es un adiós a la filosofía. El espejeo de significantes que mantiene una filosofía no es el espejo triturado de un esquicismo que sólo puede reportarse al poema. Hay poemas y hay filosofemas. Hay textos ubicados por la costumbre de un azar histórico en un escaparate filosófico y otros que no, pero tanto unos como otros pueden estar poblados de poemas y filosofemas. Hay poemas de usufructo filosófico y filosofemas de provecho poético. Lo obvio es a la filosofía lo que lo obtuso a la literatura. Si el decurso no discursea, difícil que sea filosófico. No basta con hablar: hay que mentir. No basta con chamuyar diciendo yo estoy hablando; hay que hablar diciendo estoy mintiendo. No hace falta aclararlo, porque es el presupuesto sobre el que se experimenta un episodio filosófico. El platonismo no es una voluntad de decir ni de dejar de decir – esa feminidad es Beckett -; es una voluntad de mentira aunque esto que estoy diciendo es mentira.


b


¿Dónde estás filosofía de mi vida que no te puedo encontrar?


No queda otra que darle la razón – tomá – a Eugenio Trías cuando nos dice que la especialidad del filósofo es averiguar su propia especialidad[1].
En el balance de Trías el filósofo tiene por destino dos trabajos: uno tratar de saber qué es lo que hace tratando de saber qué es la filosofía, y dos dividir en dos el mundo, o sea el faenamiento a lo Platón: discriminar doxa y episteme.
El platonismo por un lado y por otro una especie de conócete a ti mismo gremial.

Uno


Platón escribió que el poeta no sabe lo que dice. Uno puede responder, habida cuenta, que el filósofo no sabe lo que hace. He aquí este estado-niño del filósofo. Hay que distinguir, claro. Una cosa es saber que no se sabe y otra no saber que no se sabe. ¿A qué se dedica el filósofo mientras averigua a qué se dedica? Un especialista en desconocer su especialidad se dedica permanentemente a cursar test vocacionales. Suena un poco a nene bian mantenido o a ñoqui todo esto. Pero el filósofo es un ñoqui útil, primera paradoja, y primera cruz oximorónica con la que carga. Confesemos que queremos un Mundo-con-Filósofos; pero otros.

Filósofo es alguien al que se lo llama así o alguien que se cree o dice filósofo. Sumerjámonos al estado-muchacho de la filosofía. Al filósofo pollo, el filósofo pibe, el filósofo petimetre, imberbe, novicio, mocetón, efebo, mozalbete. A la pendejez filosófica. A aquel que en el origen dormía en la cama del provecto.
Teníamos ganas de filosofar pero no nos planteábamos qué era la filosofía salvo como ejercicio de estilo se cuenta en la primera página de “Qu`est-ce qui la philosophie?”. Narra Deleuze, o Deleuze-Guattari.
No estábamos lo suficientemente sobrios todavía y la pregunta esporádica de qué es la filosofía sólo encontraba réplicas esquivas. Es el “último Deleuze” quien cuenta, o sea el viejo Deleuze. Alguien que, recienvenido a la vejez, presiente que descubre una nueva edad de la filosofía dotada de una soberanía llamada sobriedad, entendida como un más alto “grado de no estilo” bajo el que por fin es posible dar una respuesta suculenta. Este nuevo viejo, este nuevo Deleuze setentista, encuentra por fin el blanco de un concepto para su arte filosófica: la filosofía como el arte del concepto. Deleuze – quizá el último coloso universal de la lucha por la filosofía – enseña que, de los 50 al suicidio, ha filosofado sin saber muy bien lo que hacía. Sin embargo – contrariando a Trías – no se hubo mostrado demasiado compungido por no averiguar su oficio ni ha concluido tampoco que lo principal del quehacer filosófico sea la división de las aguas. ¿Qué ha hecho Deleuze sino proliferar en conceptos? Mutar en concepto la plétora de un acervo plasmado por artes ciencias y filosofías que lo preexistían. Encontramos pues una cierta irresponsabilidad de la palabra filosófica y una cierta imperatividad de facto. La filosofía como un ejercicio de estilo cuyo objeto es incierto y su método, velado[2]. En el mejor de los casos, ambos en espera.
Somos pendejos, somos mocitos, y por lo tanto en este afán por conceptualizar lo filosófico, por contestar a qué a es y a filosofía, nos condenamos a concluir con precipitación no con premeditación[3]. Somos los hijos de una era que no espera y cometeremos, ergo, filosofía culposa – por así decir -, sin dolo. Pero no indolora, ni inodora (vid Barthes). Porque no creemos, como Gombrowicz – que nació pederasta – que la pendejez, la juventud, sea un valor en si misma. La juventud, al contrario, es la edad donde se pueden rapiñar valores, mejor dicho, donde los valores valen de algo, ya que la vejez no tiene valor: la vejez no vale y en la vejez nada vale, o vale todo. ¿Será eso a lo que Macedonio Fernández llamaba su “cinismo” de “viejito”?[4] Somos, como los de esa película, los jóvenes viejos, en sentido contrario al Deleuze de los 90, claro, quien, no obstante, siempre fue un filósofo para jóvenes. Somos del ingenio de Ingenieros, filósofo maldito, rocker de los biologemas.


Dos


Para Foucault Platón vendría a ser la sincronía o la prehistoria filosófica. La historia filosófica propiamente comienza con Aristóteles o los sofistas, en tanto y en cuanto retrucan o se resisten a Platón. ¿Será la Historia de la Filosofía el resistir al platonismo? O acaso eso es el platonismo propiamente, el resistir lo platoniano; el resistir a lo platoniano y el resistir de lo platoniano. Esa es la ambivalencia de la historicidad – acaecedera y escrituraria – de la filosofía. La ominosa nimiedad del dónde filosófico.
La partera de la historia de la filosofía no es la esposa de Sócrates sino su otro, su agonista, su contrincante. La historicidad de la filosofía comienza con la ruptura de la célula platónica.

La melancólica paranoia de Heidegger – un oxímoron sólo perpetrable por un filósofo, como se ve - solamente veía el silencio elocuente de la plétora de lo que faltaba: el ser. En los usos de Foucault, el ser se demuestra o se muestra como saber. Acaece y se registra bajo la imperancia de una “episteme”.
A la pregunta por el ser, responde la episteme. La episteme sería un conjunto de respuestas posibles (verosímiles, convenientes). Nuevo sujeto trascendental que da las respuestas y formula las preguntas. ¿Estaría la univocidad de la filosofía en la permanencia de una pregunta bajo la prurivocidad epocal de sus respuestas? Pregunta ontológica y respuesta epistémica. Más filosófico, tengo para mí, sería responder: no se puede responder.
Según el criterio de los positivistas lógicos el laburo filosófico consistiría en un análisis del lenguaje. Se puede analizar el lenguaje para despejar el fetiche de la doxa (un socratismo textual y corporativo que acaso haya sido el telos generalizado de eso que se llamaba, más o menos, “ciencias sociales”), para lograr un habla y una praxis desde lo claro y distinto (de ahí deriva cierta idea humanista de los filósofos democráticos, del “consenso” y eso), o se puede analizar el lenguaje para despejar la paja doxástica del trigo epistémico. El lingüísta filosófico en este caso seria el amo de la ciencia y su patrón oro. Primero la filosofía dice lo que es ciencia y después la ciencia actúa. O bien hay un facto científico previo (conglomerado de observaciones y proposiciones) y sobre ello el lingüista filosófico corrige, y narra tras cartón sobre la primigenia hechura proposicional-empírica. El científico carea la realidad y el filósofo confronta esa materia prima con la lógica y la gramática. Esta segunda postura es la de Kant sus neos y los positivistas del logos. Pero si lo que preexiste es una “episteme” no hay un primeraje de la ciencia ni uno de la filosofía; esa distinción es falsa; no hay por decir así inductivistas ni deductivistas. Como diría Macedonio, no hay de donde partir; pero ello, en el caso de la “episteme” de Foucault, sería una reducción historicista.



2005



[1] Cf. L.D. García Barabani “La filosofía se anda buscando a sí misma (Ensayo de una Metametafilosofía)” 26/4/2000.
[2] Cf. Gilles Deleuze-Félix Guattari. "¿Qué es la filosofía?" (1991) .Anagrama. Barcelona. 4º ed. 1997. Introducción, p. 7. “Tal vez no se pueda plantear la pregunta ¿Qué es la filosofía? hasta tarde, cuando llegan la vejez y la hora de hablar concretamente”. Pero él enseñó la hybris, y aquí estamos, cometiéndola… De Fausto a Faustroll: ¡la hybris!

[3] Nos enrolamos de lleno en la corriente “precipitista” de la filosofia argentina, esa “joven nación”, hoy quemada. El término, como se sabe, de Francisco Romero.

[4] Cf. Carlos Argentino Cavallo “GLORIA (Póstuma)”. Cuandernos Gloria 2005. Inédito.