por Luciano García
u otros

Nunca seré platonista


(“Vos pibe no pasás”)


La figura del Filósofo-Niño o la Filosofía como Consolador:




Yo nunca entraré a la Academia porque no sé matemática. Bajo esa prohibición de los Patovicas del Matema yo, cafquiano pero sobrador, levanto la carpa de mi Antiplatonismo. No es sólo porque está de moda. Es una imposibilidad de saber.

No se trata de no tener un Fundamento, nadie tiene o no tiene uno (son como el inconciente; si no son intencionales, te los encuentra maliciosamente el otrO), se trata de no querer tenerlo. De hacer como que. El platonismo invertido, según yo lo entiendo, consiste en postular el simulacro, el simulacro de no ser platonista.
Es una cuestión de goûte, de gusto. Te gusta o no la onda Platón y chau. Como un tarado mental amigo mío de entonces, escritor y filósofo, que decía que tenía dos odios: en el campo de la filosofía digamos, odiaba a “Platón”; en el field de los poetas: a “Borges”.

¡Forremos Todo de Niño!

Decía uno que no hay filosofía que espante. Mi Padre, por ejemplo, cuando me veía cargado de esos libritos de bolsillo de Schopenhauer o Nietzsche con los que yo siempre andaba en mi desalojada juventud, se asustaba. ¡Qué hemos hecho querida, decíale al ex súcubo de mi Madre! El buen hombre filósófico sueña que la filosofía un día no espante a nadie, como Lautréamont plañía que un día todos seríamos poetas. Mas la filosofía siempre apesta; mejor dicho: es un leprosario. No ser un honnête homme es un imperativo categórico de un cándido lamentable como yo no obstante “canalla desde mi más tierna edad”. Ser filósofo es un despropósito; o como dirían los guionistas jaideguerianos: un des-pro-pósito.
Por lo pronto confesar que no tomo ni más en serio ni más en broma a la filosofía que cualquier profesional o profesor; sólo soy profeta y profano, filósofo prófugo, o un mero proficuador, aprovechador inamigo de las profilaxis que purizan lo estilístico con el Espadol de una mèthode. El humour no es ni más ni menos serio que nada, tan sólo apunta, como género literario, al horizonte de la facialidad gestual y el repentismo estomacal del lector, a la sonrisa y a la carcajada: es materialista, aspira a comprometer al cuerpo del lector, ya que el cóguito impávido le parece poca res, poca cosa. Es una de las pocas estrategias que quedan para que una filosofía, que, corpus al fin, siempre vive en estado de gravedad, se soporte apenas a sí misma. No hay otro fundamento para cualquier filosofía que estar en la Tierra (Grund es Grund). O sea que toda filosofía es insoportable, ninguna se soporta a sí misma, y sólo se sostiene, a ley de gravedad, por estar ahí en la tierra. No hay filosofía en Marte[1].





[1] Respondemos de esta guisa a la aporía planteada en “La Filosofía & la Vida”. Esquizia 0. Nunca ¿Dónde?