por Luciano García
u otros

Filosofía, un arte de la impostura. O la locura disimulada




Como todo melanco argento dispuesto alguna vez al aprendizaje “formal y cortés”[1] de la filosofía, arrancamos aprendiéndola con los dados de Einstein y Mallarme, la timba y la poesía cruel. De no pensar más en mí. De pensar contra uno mismo como decía el pelado ese, no Luca en este caso. Antes de caretas leo-Lyotard fuimos discepolianos y buscábamos la epifanía de un rostro divino, que hemos encontrado de manera fugaz pero en un par de entes inexistentes llamados novias. Minas, como dice el Tango, hemos tenido muchas; pero Mujeres Teológicas, Beatricitas, dos o tres. Eso es la Teoría para mí (Teoría, económica,…del Edipo Invertido…): el antifalocentrismo de la revelación de un esto bibucal adivinado en la patencia de una doble sonrisa oblonga y ancha.
La poesía cruel de no pensar más en mí es imprescindible para filosofear (el filo de Sofía metía siempre miedo). Y se actúa sobre mesas que nunca preguntan. Ante el indiferente mutismo femme fatal de la realidad de la mesa y la mesidad de la realidad el filósofo pregunta. Como todos sabemos, leyendo manuales o asistiendo a la escuelita estatal después de la secundaria, los filósofos, advertidos como el maestro Discépolo de que las mesas nunca preguntan, viven preguntándose por las mesas. ¿Existe esta mesa? hace que se pregunta un profesor de Introspección a la Filosofía (Filosofía 0) ante un público esclavizado en la mazmorra del pupitre. Ante el reflujo de las hordas de infantiles como los de hoy que ya ingresan a la facu prevenidos del Falogocentrismo y todo eso con “Derrida para principiantes” y no sé qué (yo, al contrario, fui el último de los mohicanos vírgenes que empezó por leer el Manual de García Morente. En mi biblioteca paterna todas eran Novelas de Caballería…) nos preguntamos, en la onda de aquel filósofo de Chacarita: “¿Han muerto las mesas?” ¡Estos derridiotas de hoy ya no creen en el poder encantatorio de las mesas! Los hijos de Carpio y todos esos que hacían aún del texto jaidegueriano un “ente a la mano” todavía nos hablaban poéticamente de los poiéticos carpinteros que, antifilósofos, pensaban sólo que la mesa existe, y tiene una forma tal, y luego de rememorarla la construían. Pero el menemismo arrazó con los carpinterios, y trajo una filosofía en chino (la de los Cavallos y sus economitristas) y de plástico. Pero estos deconstructores de mesas a las que le llaman “escritorios” y a las que nada preguntan nos están llevando al amesetamiento o amesitamiento de lo in-sopor-table. En vez de examinar a las mesas, que eso es lo filosófico, sueñan la vida filosófica de las sempiternas mesas de examen. Discépolo al vesre ¡estas son mesas que preguntan! Otra vez la locura, uh.
Creen que toda mesa es un escritorio, y toda cosa es un texto…¡Ufa! Yo creo que, de tanto en tanto, es liberador para el filósofo volver a interrogar a los muebles, ese socratismo objetivo. Sócrates, al calor y el resguardo del oikos, se entrenaba así, mayeutizando tablones mientras la partera le hacía los guisos. Antes de desfetichizar inocentes mercancizados, hay que ir a entrenar desalienando a las mesas. Despropósito inicial para cualquier sartreano que luego sueñe desalienar a las masas, que tampoco nunca preguntan (¿Heidegger dixit?)



Luciano García Lange
(sofista gratis)




[1] García-Mestre. Obras Completas.
Una filosofía sui generis no se consuela y corona en una nueva retórica de lo sintético-a priori, sino en una perorata del say no more.