por Luciano García
u otros

La filosofía, pistolera también

(Tesis doctoral)



Tomás Abraham me parece un gran disparador para pensar ciertas cosas. Un disparador, o sea: un pistolero.
No me parece que para practicar la filosofía haya necesariamente que andar calzado. Voto por que también haya cantianos pacifistas. Pero los pistoleros son necesarios, sobre todo en ciertos momentos. Una filosofía pistolera es urgente. La “normalidad filosófica” hasta donde yo sé, es como sintagma un invento de Francisco Romero, historiador de la producción de lo filosófico en la Argentina, y como hecho, según este Romero, se inventa en la Argentina con la Sociedad Kantiana erigida por Alejandro Korn. La “filosofía” argentina (o en la Argentina, es lo mismo por ahora) está demasiado atorada en esa “normalidad”, está harta de cornismo.
Un flaco grupo, inavistado, de dadaístas cómicos, gente irrisoria, anda vagando por ahí, flanereando institutos mitines y salones, queriendo arrojar molotovs concienciales inútilmente, pero por gusto. Yo pertenezco a ese hato, y proponemos, por amor al Rídiculo, al Dios Ridículo, al que le perdimos casi el miedo, el rescate de la figura, del figurín – insólito – de Macedonio Fernández, y lo hemos secuestrado, hemos secuestrado su momia evitista, de la facultad de letras. Proponemos, inspirados por un alegato que en su tiempo, hace mucho, manifestó el poeta César Fernández Moreno, y más recientemente, en la última década, el “sociólogo” ensayista y orador Horacio González, considerar al texto macedoniano, su connotatividad general en la cultura, y su legado, como un agujero negro presente en el cual suceden fenómenos de adjetivo eminentemente filosófico. Y es más, cuando somos presos del arrebato, bregamos por más y queremos izar una divisa en la que Macedonio Fernández pasaría a ser – así como Lugones, su adversario histórico, fue el “poeta nacional”-, pasaría a ser, repito, nuestro Filósofo Nacional. E inclusive, vista la cosa históricamente, el único. Somos filósofos de armas llevar, y de ideales irrisorios, aunque nuestra irrisoriedad y armamentismo no son precisamente “setentistas”, como tantos otros. Con esa no nos pueden venir, eso sí.

En este gesto Tomás Abraham no nos acompaña. Se ha encargado muchas veces de ridiculizar a los que piensan que uno de los pocos destinos filosóficos posibles en este contexto es estudiar la vida y pasión, y filosofía, de aquel maestro porteño. Pero a qué ridiculizar a quienes se postulan de suyo a ridículos ¿no? Además no proponemos simplemente sistematizar un estudio de Macedonio – eso es lo de menos y quizá poco aconsejable – y menos (cosa que algunos querrán hacer y en lo que corremos riesgo de poder caer) subsumir su cosa al orden metafilosófico presente, ficharlo, y convertirlo en lo que se convirtió Nietzsche en el mundillo filosófico pampeano, cuya regularidad se basa en un recepcionismo comentarista y un resumidero de lo que la crítica filosófica francesa desde los 60 para adelante hizo con Nietzsche y de él. ¿Quién va al riesgo de leer a Nietzsche sin resumir a Deleuze? Hay que hacerse cargo de Nietzsche – una bomba atómica textual y filosófica tictaqueando en cualquier librería de saldos – pero de otro modo, o seguir calcando el manual.

La palabra Revolución ya me da risa, no sólo miedo. No sé si los verdaderos revolucionarios están locos, o sea si son los Esquizofrénicos. En este momento, para mí – como decía Merleau Ponty (“para mí” decía Merleau Ponty…), lo único revolucionario es el Ridículo. No es que diga que la revolución es ridícula; si no que el Ridículo es revolucionario. Pero las revoluciones pueden ser mínimas, revoluciones Minimalistas. Breves, y al instante. Happenings del malestar. Macedonio, en esto no es original, fue un revolucionario ridículo; propuso una revolución ridícula. Un comando guerrillero de “Enternecientes” e “Hilaristas”, así más o menos les llamó. Coincidía con Juan B. Justo en abandonar la violencia, pero no a cambio del parlamentarismo sino de un presidencialismo. En esto se parecía a Platón, que quería ser reynaldo; pero nunca aclaró muy bien cómo, que se sepa. El maquiavelismo macedoniano es chaplinesco. Su estrategia electoral se conoce. Era rupturista. Era, aunque amable, un provocador. Y, aunque creyera lo contrario, era un realista. Porque lo que quería, foquista de la Lógica, era romper lo simbólico provocando lo real. Como político fue un fabulador; pero también un realista; un realista lacaniano; un realista en sentido lacaniano digamos.

(Se puede comentar la estrategia. Nota del autor para el autor)

¿Hace falta revisar toda la Historia de la Filosofía para encontrar no al Ser y su escasez por todas partes – como en la melancólica paranoia jaidegueriana – sino a su chismografía (Heidegger odiaba al Chisme), y descubrir ahí que su esencia (si por esencia entendemos, al contrario, su accidencia) es el Ridículo? Que la filosofía tiene que ver con la accidencia y no con la esencia, Macedonio (el peor enemigo de Aristóteles, no cabe duda) lo demuestra, además de con su autobiografía ejemplificante narrada por todos los que lo conocieron y todos los que no lo conocieron – nunca por él mismo, mismidad no hay -, con las peripecias de su Recienvenido, un personaje de arte, de arte filosófica, un filósofo revelado en su boludez esencial, accidental, en su vergüenza, en su gracia. La filosofía es una gracia. Da gracia.
Hay que volver a Diógenes Laercio para redescubrir a la filosofía y olvidar el recuerdo asfixiante del Ser que impuso Martin Heidegger, ese Isidro Funes pero antijiumiano, memorialista de genéricos. El Chisme contra la Ontología. Y allí una nueva Historia de la Filosofía, entendida ¿cómo farándula? narrable por un historiante que tendrá tanto de Heidegger como de Rial o Lucho Avilés. Ahí la historia de una chancleta, de pozos filosóficos, de un esclavo vendido como filósofo, de un croto que pone una pollería para pelar hombres, etcétera etcétera. La filosofía no sólo es cómica; es trágica. Y lo demás es insignificante en ella. El Ser por ejemplo. El Ser es sólo un minuto en la vida de un filósofo. Un par de instantes extraordinarios; pero sólo un par de instantes.

La universidad argentina es bifronte: se divide en Aulas y Pasillos. En Currícula y Corrillo. Por un lado la gente se hace la rigurosa y la seria, hablan de Rigor y Seriedad – un latiguillo, digamos – y hablan, no del Ser, porque esa onda ya pasó, sino de los que Hablaban del Ser y de los que Hablaban de los que Hablaban del Ser y de los que Hablaban de los que Hablaban etcétera. Eso es lo que pasa, pero no lo que ocurre. Con la otra oreja y en voz baja pasa lo que más ocurre: lo que pasa en el pasillo, y en las filas de atrás. La autobiografía por otros: tal profesor se voltea a tal profesora, el alumno Pirulo llora porque lo dejó la novia, un doctor de la U.B.A. viene a dar un seminario porque la tiene grande, etcétera. Pero ¿qué pasará si invertimos ese Mundo? ¿No será un verdadero gesto nischista, un último conato, el que faltaba, o el verdadero, de Invertir al Platonismo? Poner a Heidegger en el Pasillo y a Diógenes Laercio en el Aula = Revolución.




23/6/05 madrugada



(Simpatía por un muerto)