por Luciano García
u otros

El A.D.N. de los argentinos... filósofos

(la Nada de la Nata)



Escribe Tomás Albino Blanco



Quizá en el combo filosófico argentino entren cuatro cosas: 1) los filósofos hechos y derechos, desconocidos por la mayoría de la gente, incluso por los filósofos vigentes, que, roqueros o demodé, lo mismo ignoran, 2) los ensayeros, yazeros del saber y la intersubjetividad en este ombligo del mundo, hijos acaso no ya de Cartesius sino de Miguel de Montaigne, 3) los pacientes de los terapeutas póstumos de la Escuela de Letras, hijos ¿de quién?, de los impostores esos que pululaban por los diálogos platónicos, llamados con antipatía sofistas; nos referimos a aquellas vedetes llamadas escritores, en especial a aquellos que han tenido algo que decir de la filosofía o con ella, y 4) cualquiera: la filosofía del pueblo, la filosofía del tango, la del tablón, la del rock, la de los medias, las de los vendedores de medias, “mi filosofía de vida es…” y todo aquello que a primera vista o según la tradición sería de una competencia sociológica, ciencia, como se sabe, de dudoso buen gusto a la fecha, y en segunda vista expropiación de una ética silvestre dotada del espontaneísmo característico de quienes no leen los manuales de McIntyre ni van a misa.

Grupo uno: los de la recta episteme, los filósofos puros, presos en la versión módica argentina del género literario o discursivo “filosofía”, los que se portaban bien con el método y sus dividendos, profesores casi todos, algunos de gran mérito académico otros de gran mérito libresco o ambos a la par, receptores traductores comentadores, frugales asimiladores o patrióticos integradores, escolioístas o podólogos de página, o tímidos correctores puntillosos, gente de largo aliento y poco alcance pero, en algún y otros sentidos, bastante meritorios muchos, allá en esa prehistoria tenida a poco, y que nos pueden llegar a prodigar hoy todavía cierto inesperado disfrute o cierta reminiscencia vidente, y a los que la universidad libertaria (sic) de Alfonsín para arriba se empeña en inestudiar, lo cual no deja de ¿inscribirse? en una disimulada Metodología del Perro Boludo, digamos, para que “pase” sin ser visto su propio laburo, la estirpe de su propia inserción, intervención y montaje de ese advenimiento transatlántico de corpus celestes en caída libre. La “filosofía” llega a la Argentina como esas lluvias permanentes de meteoritos de las que nadie se entera porque la madre atmósfera las hace polvo, y no es muy fino, me dijeron, preguntarse eso sino fingir una especie de universal Escuela de Atenas, donde para decirlo en un modo que trae cierto gen borgeano “Sein und Zeit” es siempre el mismo “Sein und Zeit”, como la “Commedia” era siempre la “Commedia”, el más grande de todos los libros, así en la Tierra como en el Cielo, así en la Alemania nazi como en la heroica Francia de los locos sesenta, y como en los desolados y ruinosos claustros de estas pobres cities rioplatenses hijas mestizas del tango y la paranoia.
Hay cierta tendencia, me parece, a birlar de los focos de estudio, en la gama de la institución-“saber” “filosofía”, la historia de la institución argentina y la historia de la institución en la Argentina del relato “filosofía”, en tanto cuanto son historias vivientes, cuyos efectos hacen causa y son carne todavía y competen en torno a cualquier inquisición en orden a cómo se hace filosofía en la Argentina today.
Las corrientes que llegan del Norte no son como las mozas norteñas que llegan de Corrientes. Ambas vienen a servir, unas forman villas miseria, y otras villas de miserias de la filosofía o comunidades normalizadas de profesionales filosóficos, jerarcas de las perplejidades asigún la lógica y la jerga de un Kitsch ultramontano de Rumania (no Tomás Abraham, sino más bien al contrario)[1]. Las segundas advienen de la bóveda celeste Gallimard, y sirven de parte de los metres francos al dramatismo impávido de los profes locales; las primeras sirven no en la casa del saber sino en la de la mera burguesía oiconómica.


Pertenezco a la raza filosófica y ustedes, piadosos salvatutis que se asustan ante los dos términos de ese sintagma, también, y de una forma, si embozada, aun peor. Raza filosófica digo porque no me creo – esta noche al menos – cantiano ni creo que la Razón sea extraterrestre, ni siquiera del vecino Planeta Rojo, o sea marxiana. Soy un nischeano recienvenido, repentista macedoniano del martillo sin hoz (ni Martínez de Hoz ni el Mago ni una Hoz friburguesa antitecne ya arrebatada por John Deere hace tanto tiempo) que ha leído de pasada a un jaidegueriano indigenista llamado Kusch, cuyo delirio es digno de ser estudiado aún en las epopeyas de un tlónico universo anónimo hecho web[2].
Yo soy un gaucho situacional, de enclave. En cuanto a sangre o gen, peco de demasiado rubio. Claro que en un par de generaciones casi toda la gringada adquirió un cierto hábito –nacional y popular- de engauchecimiento en este caso citadino.

La filosofía a la Argentina viene no a exilarse; más precisamente: viene a exiliarse. Personalmente acepto que los argentinos seamos, de acuerdo a la máxima borgeana, europeos nacidos en el exilio. Aunque Borges haya llamado argentinos a unos carapálidas que, hoy vistos, escriben en gongoriano expatriado pero hablan como italianos en el ostracismo de la lengua y piensan como colonia francesa y no a una gente también argentina que en cualquier College podría ser confundida impunemente con un peruvian boy y no con un nacido en el Mediterráneo como la filosofía y Serrat.
Yo como tanito asturiano, italoceltíbero de rioba, burgués de segundo orden venido por sangre histórica de los Papeles de Residencia, más que de los Papeles de Recienvenido (nada presartreana cuyos abuelos son de clase mitrista), me atengo, por racismo genealógico, a aquel discrimen borgeano, patricio pero aplicable a mí y a mis amigos, mezla bien menemista de niños ricos con soledad y pibes pobres con hambre. Hay que meditarse bajo el rigor de una inquisición mezoborgeana tipo: el filósofo argentino y la tradición. Ahí está la cosa, chamigos.

En los boxes de la universidad pervive un área clase be que es la del “pensamiento” argentino y de yapa latinoamericano. En ésta encabezan la cosa unos señores muy polites, principalmente los del grupo 2, más que nada destinados a pensar la “Nación” y como apéndice en sus ratos libres el resto del cosmos y las cosas humanas y no. La tendencia, por lo que yo veo, en los que priorizan el “pensamiento” es a relegar toda la intentona telúrica de “filosofía primera” a cambio de lo ético-sociológico, no tanto de una “filosofía política” o “teoría política” cuanto de un “pensamiento político”. Este nacional B, esta tendencia secundaria convive confortablemente con los empresariatos de la A, el triconcepto escolar-textohistórico de la Filosofía primeriza y caída del cielo. La clase 3, los simuladores en la lucha por la filosofía, la primera C metropolitana, es delegada más que nada a esos que se llaman los críticos, fanas de la mezcla texto y morbobiografía, cuyo cuento tiene más fama y su práctica es más adictiva y goza de grande interés de parte del esnobismo científicamente excusable de las universidades norteamericanas, colonizadoras de manuscritos de enfermos geniales. Los filósofos no se animan mucho acá, o lo hacen esporádicamente y con cierta desconfianza y muy poco tino las más de las veces. La clase 4, no profesional, amateur (o sea la más filosófica de todas), queda para el murmullo de los estudiantes recienvenidos o para el paper ocasional de algún loco lindo dispuesto a ser tomado de idiota o grasa cartesiano.
Es propio de hiperespecialistas posposposposposgrado el inquisitoriado en torno al quid de la cosa filosofía con la argentinidad. La argentinidad de la filosofía (la filosofía argentina y la filosofía en la Argentina) no es tema masivizado en los cursos de grado filosóficos y es una pena, que los niños lleguen tan tarde a esto, y no se le de cierta mayor atención a una Meteorología de la Recepción, ejemplo. Y a una Digestología de la Asimilación, también. Hablo de la filosofía pura, proteica, prima, no del “pensamiento”. Hay que olvidar, muchachos, la vergüenza de la precariedad, porque la precariedad es, al contrario, nuestra gracia. Gracia es don destinal, acontecimiento, y función de la comicidad. La “llanura de los chistes” reclama la “risa filosófica”, esa risa internacional que prodigó nuestro gran sofista bibliotecario, verbigratia.

Haráse menester un cierto estudio arroz integral de las cuatro catervas según nuestra ingenua sospecha.


***

Ni indios, ni españoles, ni gauchos
a bien seguro; pero tampoco franceses
Anibal Ponce[3]


¿Cómo navega la Francia nuestras aguas interiores y heraclitóricas? Nadie sueña un rosismo filosófico, ni siquiera macedonizado como pudo presentir y querenciar Borges en los 20[4]; pero hay un filosofema autóctono, sin dudas. La tipicidad de un modo de suceder la filosofía por aquí, que no una soñable y univocista filosofía estatal que posiblemente no haya en ningún pais. Una filosofía presidencial es el peronismo como conjunto de textos del propio Juan Domingo (no olvidemos que se hacía llamar Descartes en una época) y de un gran séquito conglomerado de compañeros. Pero el compañero, como agonista específico hacedor de filosofemas y contrafilosofemas en estas tierras, no está bien visto como filósofo, ni suele parecerse – es lo que se dice – al “amigo” ese que inventa la filosofía como escena inaugural transcurrida trescientos años antes de nuestra era en las costas mediterráneas. Cuando yo estaba en la facultad como iniciado (era del segundo menemismo, el menemismo terminal digamos), la única fuerza política que no tenía representación filosófica en la casa del saber era la Juventud Peronista. Sólo politiqueaba la Juventud Platonista metamorfoseada en sus multiplicidades de gatopardismos (este adjetivo, se sabe, es de cuño alfonsinista) antioficialistas por compulsión.

Hipótesis: el filosofema en la Argentina reviste un comportamiento propio. Hay una particularidad del tráfico de filosofía, del acto filosófico, y de la masa textual filosófica. Es, como el texto literario bartesiano, sumamente “deceptivo”. Pero como pasa con todo, está llena de desapercibidas excepciones propias de un molecularismo que la acontecimienta con la sal salada de una cierta “artisticidad”. En los rincones más que nada, allí donde va a parar el alumno amonestado, con largas otologías de burro.

Hay que detectar un cierto “comportamiento regular” de lo filosófico en la Argentina, y al objeto watsoniano de ese tester llamaríamos “la filosofía argentina”.
Por filosofía ahora podemos entender a todo objeto que se halle comprometido o referido a una tradición de cepa europea, institucional discursiva y o literaria así llamada, y en tal sentido sólo sería registrable hacederamente “filosofía” en las parcelas o campos 1 2 y 3. Ahora bien, afuera de los híbridos de panfletistas o teoretas políticos o novelistas y ensayeros (grupo 2), que constituyen una tradición un objeto de estudio y de discurso y un campo para estrategias de cátedras, o sea bajo el ala del conjunto uno, del filosofema no salido a la calle, hay ese comportamiento caracterizable, hay ese temple propio y el posible de una literatura comparada, por lo menos a primera vista con las potencias imperialistas del filosofema (mucho más raro será captar diferenciales entre la “filosofía argentina” y la “filosofía uruguaya” o la balcánica). Si el made in es tan precioso para comprender los estados de cosas filosóficos, cabe consignar que lo filosófico argentino no escaparía casi nunca del sino de un quehacer colonial; pero este punto de vista es, como ya pensaba Farré en los 50, bastante ridículo. La pregunta sería ¿por qué en la Argentina está mal visto el vedetismo filosófico si no viene de afuera? Ahí está el quid.
En la Argentina, por lo general, se lee se disfruta y se murmura la filosofía francesa, que es la que más influye en la más eminente escritura nacional (ora la apostrofable como filosófica ora la que no); pero a la hora de llenar las vasijas de las cátedras, el miedo a esa libertad, a ese libertinaje del chamuyo francés, suele operar un disimulo que hace que la gente se vuelque a corrientes más sinópticas como las anglosajonas o más sufridas como las germánicas, que siempre suenan mejor a la hora de invocar las palabras claves de seriedad y rigor.

¿O no?

El filósofo argentino, como buen crestiano, no quiere abusar: prefiere comentar cómo fue abusado. Esta es la idiosincracia del intelectual rioplatense y por eso pegó tanto el sicoanálisis acá. Tanto que buena parte de lo mejorcito de lo filosófico tolerable por la academia se sigue llamando “lacaniano”[5].
El creacionismo filosófico –ese que apuntó Deleuze– es un no se debe de acá. Y todo se trata de un complejo de autoritarismo o inferioridad que tiene a mucho esa palabra – autoridad – y nunca aprendió la lección pragmatista de “aprender haciendo”. Por eso, cuando nosotros nos volvemos fanáticos pensamos: para un imperio que nunca existió, un filósofo que no fue.





8/05



[1] Tomás Abraham, su compatriota y enemigo político, es un “filósofo con auto” – una rareza - y aquel se presentaba como un filósofo dedicado a la proeza de recorrer Francia en bici, un diogenismo socializado por cierta techne sumaria o sumeria.

[2] Alguien podrá pensar que el Logos o Ratio o Razón es un universal antropológico, incluso omnigaláctico o divino, incluso propio asimismo de las mujeres. Pero la Filosofía es europea, así se practique en la Argentina o en Chicago, o más precisamente, blanca. No es burguesa, es blanca. No es de clase, es un atributo de raza. No hablo de etnias ni de occidente (que es una geografía, la central de un modo de producción, una cultura, etcétera integrada también por orientales, afros y mestizos amerindios), y me pregunto: ¿es el filosofema un término racista? Sólo por analogía hay filosofías chinas o mayas.

[3] Acuerdo con la frase de Aníbal Ponce; pero cuando agrega “europeos modificados por el medio y por la variedad de las sangres que afluyeron”, se ve que le hablaba a un público abuelo de gente como uno (yo soy un europeo que no pisa Europa desde hace dos o tres generaciones, por lo menos), llamados a ser vanguardia de una gente que – tanto entonces cuanto hogaño – de europeos poco y nada salvo por mor de la “aculturación”.
[4] V. L.D. García Barabani “Los Borges del 20 y la sombra del gran Macedonio”, Rosario,1998 (www.macedonio.net). En todo caso a esa mezcla la forjó el peronismo. Perón, como Macedonio, se posicionaba un poco también como “viejito cínico entontecido”, pero tiraba más para el lado del Viejo Vizcacha me parece.
[5] Porque hay tres filosofemas nacionales: el académico, el tolerable por los académicos, y el intolerable. Es difícil, a más de indeseable, que el ente-Macedonio, ejemplo, pase de una histeria entre lo segundo y lo último. Esperad, que los franceses ya lo están intentando traducir…ya llegará.