por Luciano García
u otros

Fogwill para filósofos pequeños




Pretendo presentar a este grato público lumpen-filosófico a un famoso del aparato de la literatura argentina en vigencia, de la que leen los literarios, no quizá los pobres del estudiantado filosófico provincial que podría ser nuestro público, y presentar un artículo suyo que tiene como tema a la filosofía, para que vean que en Marte – o en Urano - pudo haber vida entonces. Me refiero a Fogwill, escritor sesentón, y un escénico pero confeso. Fue Aira (un pupilo de Fogwill editor) quien dijo que ser escritor es ponerse en escena, o la literatura es poner en escena a un escritor, o algo parecido ("la construcción de la figura es hoy parte fundamental del trabajo de un escritor" anota Fogwill con menos gracia sabiendo que eso fue siempre así, pero ahora puede ser y se puede aparentar que sea, primordialmente eso). Un peso pesado, un pesado, un Billie Bond del rocanrol literario nacional, cultor de una especie de realismo bien macho, un hijo de Viñas, a quien admira, que confiesa que escribe mal pero rápido, y para no ser escrito: para escribir a otros. Un capo, se ve, de la paranoia positiva, del microterror proficcional que tanto nos conmueve a nos, presto para asustar niñas-escribas y críticos distraídos de su canonicidad (Cf. Quintín) Conocido más que nada como narrador, pero mejor – a este gusto - como poeta versionista (“Partes del todo” ejemplo), y como testigo, como figura, como dicente, como desclandestinador, más que como sintaxis y estilo. Los amigos de la humildad surrealista y el sinsentidismo desinteresado, las penenitas académicas, o los clones provincianos de enrarecidos locutores de radio, van a simular salir espantados con estos Jítleres por correo que confiesan y fingen querer ser nuevos Sócrates o Jégueles. Crítico, editor, sociólogo, empresario y consultor, columnista de temas de política cultural, millonario, especulador de la Bolsa, investigador de mercados, patotero sentimental, empleado de Viola, drogón, terrorista lacaniano, estafador con prontuario, así se presenta la solapa-Fogwill, créase o no. Hombre dedicado a morder el nervio de la Mentira y de la Verdad, o sea un escritor; viejo pero aún en cierta eficacia. Como quien dijese, en términos de antiguas sectas profesorales, un hombre de la verdad, y un hombre del poder, al menos de esa cuarta u octava oficina del poder, que es la flagrante empresa editorial-literaria argentina.

El artículo al que nos referimos fue interceptado en Internet pero, parece, proviene de “La Caja”, revista que, tengo entendido, dirige Abraham, y es de 1993, y se llama “La filosofia: un destino menor”.

La filosofía –se lee allí-, suelo pensar, es algo demasiado serio para dejarla a cargo de los filósofos”. “Llamo filósofos a los que mundanamente se reconocen como tales: los que antes fueron filo- cátedras de Estado, ahora tienden a ser filo-papers o filo-fundaciones.”

Fogwill detalla su anécdota y experiencia con la filosofía, relacionada con las uñas (como Deleuze), con obsoletos bufosos de anarquistas de entonces, con la pasión por fumar[1], con frondicistas chanchos burgueses y putos inminentes, con la Grundfrage de boludo ¿soy apolíneo o dionisíaco? y etcétera. Experto con el navajazo irónico-automático, habla de un “deseo del estudiante” como “deseo de ayundantía, deseo de paper, deseo de beca, deseo de saber - para: un deseo de salvación social” y cosas así. “Paradojas de un país agrícola – dice apuntando a otro esparrin - : que una parte de la filosofía se cultive dentro del campo de la psiquiatríaficción. Desempate histórico circunstancial: que la filosofía, que nació sembrando el terror de las preguntas sin respuestas, que sucumbió durante siglos al terror de Dios y después al de las ciencias, ahora aparezca sujetándose al terror médico, o alterne sus lealtades entre éste y el terror corporativo representado por el aparato económico promocional de las fundaciones”. Anuncia entonces –1993 – que se está en presencia de una “gran víspera” que podría ser la flagrante era. “Víspera apenas diferenciada por el predominio del free-jazz pragmáticodeconstruccionista que tanto estimula el desempeño de los solistas de word-processor que ejecutan sus papers. Vísperas de lo mismo. ¿Qué es? Es, otra vez, sospecho, el destino menor de la filosofía que impone a los filósofos la función de saber-para (reproducir la institución que los sujeta) y dirige su discurso a ordenar y cementar el tono de la época: el conjunto de relatos que enmascaran el lazo social”.

Queda la pregunta, no sé si boluda o no, de ¿cuáles serán los posibles destinos mayores? Que se lea.



[1] Para una crítica ¿filosófica? al tabaquismo: Alejandro Rozitchner, “Bienvenidos a mí”. Sudamericana, 2003.