por Luciano García
u otros

Epítome a los que se jactan de no entenderme

Para mi suerte mi vida poco tiene que ver con lo que escribo. Y si tiene que ver, es por pura casualidad. O no, por supuesto.



a


Los gemelos Ortega y Gasset inmortalizaron en español la frase “uno es uno y su circunstancia”. La desgracia de ser argentino tiene sus ventajas y puede ser fácil para uno – si se me permite esta excedencia de la lógica que manipula la gramática, siempre más alegre que su hermana tan leguleya - adherir a otra tradición, más grata y pampeana, en cuya prosapia – tenga el Lector para sí – cuelgan ancestros como Gorgias y Hume: la de un borgismo que reza, más elípticamente: uno es su circunstancia. Y a esto hay que añadirle otra de esas frases desprendidas del decálogo de la cultura contemporánea – ya que ¡una que sepamos todos! pide nuestro relajado lector de fogón -, y que uno – insisto - encuentra cada tanto en los suplementos porteños de cultura: Yo es otro.
Su cantor, Rimbaud, obvio. Uno es otro y su circunstancia. O su situación sin sí (pensando en un sartrismo sin cabeza, insensato, irresponsable. Vista la cosa sucesivamente “el teatro de situaciones” que mentaba Jean Paul Sartre se hace el video clip de un continuo de estados-fenómenos desconectados, en el idiolecto de barrio de Macedonio Fernández.) Uno es otro y la circunstancia de uno; o quizá: uno es la circunstancia de otro.
En un viejo libro todavía reeditado David Viñas porfiaba con una máxima que era seductora, y obligada en aquel entonces: decía poner el cuerpo. En la misma ciudad, desde mucho antes, un sofista polaco patrocinaba un culto propio que decía huir con la facha entre las manos.
Soy otro y mi circunstancia de él: pongo el cuerpo y saco la facha.




b

Pasemos ahora por favor de la valentía de no dar la cara, a la de huir perpetuamente. El Antiedipo proponía, si no me acuerdo mal, como ética la programación de sus máquinas de desear para huir sistemáticamente. Este nuevo culto de Nietzsche dejaba una impresión menos valentona de la que uno a primera vista tenía leyendo a aquel delirante de la exactitud del siglo XIX. Este nuevo superhombre del espiante solventaba una ética del coraje a la inversa, que en el final de Ferdydurke encuentra su denominación: la huida agresiva. Gombrowicz consideraba que el superhombre de su maestro Federico era una tontería, pero podría bien uno ver en su novela prima el teatro hecho farsa de la tragedia del superhombre; un superhombre escapista y entontecido, sojuzgado por la sedicencia y la miradita de sus inferiores, infantilizado y convertido en un payaso de la vida cotidiana. “Alienado” como el Hombre Visible de Sartre, hasta el desastre de un ridículo carcelario de visuras y sedicencias cuya sola emancipación – en Ferdydurke al menos – es esa huída agresiva en la cual el antihéroe – un sartreano, supongamos, boludizado por un mundo permanentemente picaresco – se libera. Entonces uno recuerda esta frase de Gombrowicz: “el artista no razona, se libera”.

Hemos pintado al Superhombre Kitsch, un filósofo artista pero infame.


c


Desde esta garita, en síntesis, se brega por una filosofía sinvergüenza, al menos para el gusto sosamente hipócrita de la banalidad del bien, de la modestia del poder. Sin vergüenza de empuñar un hábito filosófico no separado de su circunstancia de consolación y pasatiempo, de eso que yace más acá del ejercicio de una cierta y determinada profesión, a la que no condenamos – hoy hay buen clima – apodícticamente; sólo delatamos – mientras dure el buen humor de hoy – su invasividad tediosa y boba, y la tendencia a su monocultivo. Para tal cosa no hace falta, supongo, andar vistiendo una toga ni hacer la siesta en los caños. Cada fulano podría preguntarse, simplemente, qué vida, grosso modo, podría vivir, de cuando en vez con la asistencia de la diosa filosofía, o con el gusto o la manía por eso que un poco irrisoriamente llaman ciertas gentes el saber. Entre las jerarquías y las anarquías de las perplejidades, habrá filosofía, heurismo y patografía.
Las vidas filosóficas que ofrece el mercado común dejan demasiado que desear, –esto es:- demasiado poco. Los licenciados de hoy no son almas bellas porque la vida es infame. Por eso sacan el cuerpo y ponen la facha. Pero ponen fachas bellas de leer monografías contando en lo posible solamente los debes y haberes de la contabilidad filosófica. Como decir la simulación de la locura por evocación de los dos santos arios de la eticidad y la moralidad. ¿Cómo pues –pregunta el presente narrador, o contador- se puede vivir otra vida filosófica poniendo el cuerpo y sacando el escracho? Un filósofo tal hace lo contrario, ergo, que el profesor y el investigador, esos cantautores de congresos abúlicos donde ni siquiera se ganan minas feas; o sea se convierte en un filósofo infame, cuerpo sin facha. Y perpetra su huida agresiva .


d



Emancipación y especulación, he ahí la eyaculación filosófica. El orgasmo por pleonasmo. Un onanismo compartido – como todo coito – pero textual no sexual.

Estas conferencias a la pared reclaman la teleología insoslayable del despropósito, epístolas a quienes no correspondan, misivas terroristas por mail a quienes no quieren leernos, cursos y discursos a aquellos que están para no ser nunca convencidos, los amigos, aquellos entes para los cuales somos ilegibles, porque un amigo sólo cata y reclama de uno todo aquello que venga con portación de rostro incluida. Y lo demás qué importa.
Total responderé por esas impresiones, por estas ideas, si se me da la gana, y si no no. Y me pondré la remera de decir lo contrario.
Algunos profesores compradores de almas inocentes les dicen a sus pequeños alumnos de infantiles veinticinco años: “piensen con sus propias palabras”, “encuentren sus propias ideas”. En fin, no se sabe qué es peor, si esta bobería pequeño burguesa o la ecolalia del resumen propaper. Después de todo no es tan grave. Sólo tenemos tiempo libre, y queremos un mundo mejor. Le pedimos nomás a la gente que no sean tan turros, es eso nomás che. Y si se espantan, cola de paja tendrán. Yo no soy nadie. Podría uno escribir novelas para decir lo que no se puede firmar, pero eso está tan trillado, como quien dice, que da un poco de tristeza. La mandíbula del lector contemporáneo ni se mosquea ante el cross de los musculosos pensadores de Roden, Firpos, Dempsey o Arlt se llamaren. Y en teoría, al menos, el Lector viene sin cara. Me he convertido en lo que era y soy – uno de ustedes – para poder escribirlos por dentro. Jardincito de Babilonia en un balcón de quinto piso a la calle, no habrá por qué disculpar las insolvencias de estas subjetividades sin sujeto que hemos sido y seguiremos.

Chau.




8/1/06