por Luciano García
u otros

El traidor de la esquizofrenia



Marechal decía escribir una de sus novelas para el adulto en tránsito hacia el niño. Deleuze-Guattari dijeron que el Antiedipo estaba escrito para lectores de quince a veinte años, no para superentendidos sicoanalíticos[1]. Los del sicoanálisis no podían ver más que una extravagancia ridícula en un engendro teorético como el CsO, el cuerpo sin órganos. En su libro de vejez sobre la filosofía la dupla citada confesaba y promovía que la incipiente ancianidad era la hora precisa para pensar la filosofía en sí misma, después de décadas de hacerla más que de pensarla. El Antiedipo circuló en la Argentina mucho tiempo después de escrito y uno lo leyó aún después pero en esa mañana de la edad que demandaban sus hacedores. Pero ahora que ya somos demasiado viejos para tan jóvenes pero demasiado jóvenes para tan viejos, en esa edad que puntualmente detalló Gombrowicz desde Ferdydurke hasta el Diario, hora en la que desembarcó en la Argentina por lo demás, demasiado precoces para dar un veredicto sobre lo que la filosofía sea y demasiado provectos para mantener aún la fascinación y alegre simpatía por el Antiedipo, hemos dispuesto despacharnos sobre la esquizofrenia y la filosofía, mal vínculo que fuera nuestro desvelo pueril, incauto. Con un doble resentimiento por dos edades desposeídas, pero con gozo y usufructo de poblarlas de algún modo. El diván nos sigue pareciendo a nosotros (el Editor y el Lector) una obsenidad, una cochonneríe; pero el esquizoanálisis estilizado a la altura de “Deleuze para principiantes”, a nosotros que pisamos la épica del desierto en el deseo para pisar le épica del desastre (no los años del terrorismo de estado sino el estado del ano-terror, y la vida puerca astierierdosainiana), nos parece un artículo del boludo, eso que somos pero a contrapelo solamente. Todo por espantar el espanto, ya que no hay filosofía que espante, y por no olvidar lo obvio. Y para el coleto del enemigo.

Quizá porque hemos pasado del “lumpemproletariado del sicoanálisis” [2] al microfascista asustado detrás del pequeñoburgués. ¿O no?.

Alguien le pregunta a Gilles Deleuze qué dice ante los que acusan de que tiene un criterio romántico e irresponsable de la esquizofrenia, y comienza por contestar – chiste o no - que una escuela de esquizofrenia no estaría mal. La idea parece paradójica porque las escuelas son todas de esquizofrenia pero en sentido contrario, porque son escuelas de neurosis, modelan con la norma pero forjan esquizos por la negativa, con amonestaciones y orejas de burro, con correcciones en rojo y paquetes de grafemas sustituyendo facticidades
Maldoror o Ubú Rey, Ducasse o Jarry dan una idea, entre los clásicos contemporáneos franceses, de productos esquizoescolares con sobrante filosófico. ¿Cómo sería el alumno lumpen de la escuela de esquizofrenia? ¿El paranoico-fascista del banco del fondo? ¿El neurótico-perverso con birome por cerbatana?
En aquella época de juvenilia esquizoanalítica quizá yo me creía un poco ese “esquizofrénico” francés, ese esquizofrénico nunca visto, pero quizá no era más que un quijote de ese caballero nómade, de ese esquizo andante, puro libro.
¿Era sólo una revolución de un narcisismo retolomeico? ¿Otra metamorfosis del baboso edipo inexorable e infalible?
Sostenía yo unas alianzas vinculares “moleculares” con otros del gremio (éstos en general más silvestres, menos teóricos como esquizos formales) a los que yo tenía, en rasgos generales, y estadísticamente pensando, por colegas. Lúmpenes autistones, onarcisos, artistas y pensadores de barrio sin paradigma ni mecenas, antiperonistas paranoicos en fin…Éramos espontáneamente una secta sin arjé ni tino, argentinos exclusivos y excluidos, reversos de menemistas. Pero de ahí al desastre, sucedió la condena al éxito, y dejó una moraleja cínica y peronista-invertida: para un esquizo no hay nada peor que otro esquizo. Y así pasaron los años, y hoy que sin embargo no quiero hacer el encomio del desastre, del terror el simulacro y la traición, de la conversión al perverso y al fachoparanoico, sólo me conformaría con echar una gota de aceite de sanchopancismo de neurótico común y coleante en la mar del exquicismo oceánico y esquizo. Y epatar al esquizoanálisis…



11/3/6

[1] Deleuze “Carta a un crítico severo” en “Conversaciones”

[2] Ibid ob. sit.