por Luciano García
u otros

1- Filosofía y paideia: Jardín de Infantes Epicureíto

Memorias del Tiempo de la Madurez
de Filifor Bonaparte, incurable


La bastardilla es nuestra
Derrida



Me interesa poner de manifiesto una cierta moral que impera en el medio ambiente universitario, en el environment tejido entre el pasillo el aula la biblioteca y el café de enfrente. Interesa eso y no lo que digan los textos universitarios, por lo general expedientes curriculares, puñados para el montículo trepacargos. En la universidad reina la iglesia invisible de unas filosofías que no se escriben. La universidad enseña, mejor todavía, a no vivir conforme a las filosofías que enseña, sobre todo porque son o parecen ser por lo general filosofías de autopsia: irrespirables. Se trata de una hexis, de un modo de vivir, de ser y de un sistema de juicio, escalas de valores, y una serie de prácticas tics y gestos convalidados por ese sentido común general, y otros tantos hibridizados por la tácita norma. Y en esto cuenta más la sociedad civil universitaria que el estado académico. Se trata de una moral del pueblo universitario y no del tirano. Es un poder, entonces, que emana con más fervor de los estudiantados, que de los círculos profesorales, que casi no existen, pues el profesor es una figura bastante solitaria, que opera más que nada desde su casa; monta su obrita en la facultad y tras telón se retira pronto de los camarines. Los profesores tienen una amplia vida privada pero la estudiantina vive el show permanente del patio, ágora del susomentado murmullo moral. Primero que nada se necesita un ejercicio en la formación del muchachismo universitario – fundamental no al nivel de la ley sino de la norma -, que se logra en ese medio y en la frecuentación aceptiva de ese espacio específico; sólo en segunda medida uno se formará – ya en cierto ejercicio flagrante de su muchachismo estudiantil – bajo los rigores de la ley dictada en los caprichitos de las instancias examinatorias, como candidato a profesional universitario. Para esto, más que nada, se requiere de un riguroso disciplinamiento en la atención a los antojitos de turno de la madama de cada cátedra.
Okey. Esto es una versión cínica de la cosa, parcial pues. Pero hagamos como el santito de Kant. Estudiemos las condiciones de producción de la experiencia universitaria.

Escena cotidiana: una comunidad de anacoretas bajo control que desprecian el habla filosófica, desprecian la jerarquía ludipatética de la filosofía y su artisticidad, desprecian la escritura con enajenarla como un “suplemento del habla” – despreciada como tal -, hacen que disimulan la equivocidad del lenguaje, y se dedican sólo a hacer comunicación social (estatizada), a comunicar prefabricados de filosofía en foros áulicos.
Al contrario sólo hay filosofía en el encierro, en la locura del mal genio, en las bibliotecas, en los jardines, en la amistad y el odio, en la manía, en los manuscritos, en las cartas. Gociferar filosofemas. Ludipatemas. Traficar filosofemas entre trompadas y caricias. Patemas, ludisemas, amoremas, odioemas, solecismos solipsistas, y, entre medio, filosofemas. Nadie salvo un farsante del tipo funcionario del estado o televisible artista de variedades filosóficas puede tomar demasiado en serio a la filosofía. Esas son la enseñanzas que como enseñas borgeanas y macedonianas yo porto con inveteración. En mi caso se comete un cierto usufructo digamos nischeano dado que más que ser un filósofo “leche hervida” como Tomás Abraham, soy un filósofo genial, pero de mal genio, yo diría: de genio malo; y a eso se lo debo, en esta era-Lamborghini[1], a la masificación del alter ego cartesiano: el Genio Malo, quien dicta mi filosofía idiota.
Pasa esto con los estudiantes típicos de filosofía: que no se sienten nunca autorizados a hablar, menos por escrito, y viven el balbuceo horrible de una ecolalia atroz del resumen de texto que se les exige durante diez años, que es lo que dura la carrera de los asalariados de hijo que no trabajan (la de los que trabajan dura quince). Y esta debilidad y falsa modestia es terrible porque tiene el desenlace de un murmullo de baño de señoritas insoportable que copa toda la geografía de la “facu”. Para estos Sócrates boberistas o bovaristas, que saben no saber (¡bienaventurados!), que, mejor dicho, no saben que saben, y se mandan la parte haciendo que creen que “los que saben” saben, estos Sócrates mariconados, está mal visto “hablar de filosofía”, una pedantería para la que se debe esperar veinte años hasta el “doctorado”. Pero ahí ya siempre es tarde, porque el órgano filosófico ya se desarrolló en ese silencio sacamanos, y la ecolalia señó su sino. Entonces se consuelan con la omnímoda diogeneslaercioización de todos, con el “saber” del secretito, ese que gusta a los sicoanalistas de alma.[2]
Vivir escolarizado hasta los treinta años es triste e indigno. Y como el hábito hace al monje del órgano, de la escolarización a la infantilización hay un paso que ya está dado, además. Como saben las pedagogas, la infancia hoy dura hasta los treinta y se prevé, que en una década llegará a los cincuenta y se ancianizará sin molestos intermezzos. Como a nadie le interesa una filosofía por el honor, o por el olor (como Diógenes) o por lo que sea, sino para lucrar sin andar hombreando bolsas por ahí, todos están contentos, chochos. Nos pasamos diez años subrayando y llevando manzanitas deliciosas para la exposición oral, o rome para el escrito, total ya nos vendrán nuestros veinte de salario y jubilación. La última reforma del plan de estudios de la escuela de Rosario, tenía esta tendencia encubierta en alegatos idealistas del tipo “excelencia académica” (risas).
No es de extrañar en “países sin filosofía” como la Argentina, tener carreras idiotas que duran diez años promedio. Basta registrar la biografía de cualquier filósofo conocido para ver cuantos años tuvo de estudiante, y se advertirá que, en cualquier época e incluso ahora, fueron unos pocos, y no porque estos tipos fueran genios. No hay genios, y menos entre filósofos. Es curioso porque es en lo único en que no se envidia a los europeos. Les envidiamos la filosofía y la libertad de decir lo que les pinta, y nos sentimos orondos de padecer carreras gigantes infladas a pedo nominalista. Como dijo un sabio, hoy fiambre: cada país tiene la filosofía que se merece.
Se proclama la “investigación” pero se la prohíbe a cambio de monografías de cinco minutos. Se proclama la lectura de los textos, pero te obligan a estar todo el día en la escuelita soportando cómo un profesor te narra lo que ya se supone que leíste. Se desprecia a los manuales pero se asiste todo el día a la manualización improvisada cacofónica y solecística de los maestros de turno. Se preconiza el acceso a los idiomas originales y en los cursos de idiomas te enseñan a pedir cerveza en los bares de aeropuertos. Entonces hay tres cosas que unidas se vuelven una monstruosidad. Uno es el escolarismo de hipertrofia para justificar los sueldos: un asistencialismo de nuestra democracia, asistencialismo a los profesores, y asistencialismo de estar todo el día en clase de los educanditos. Dos años de eso vaya y pase; pero programas “dables” en cinco años y “recibibles” en diez…¡! Este es el primero de los tres ideales que sueña mantener la Universidad, la Difuntita Correa. ¡Y sueña el acorde estruendoso de los tres juntos!
El segundo problema es el de la escuelita hermenéutica gramatológica o como se llame hoy: lo único que existe son los textos y lo único que hay que hacer es vivir descifrando. Nada de sistemas resumibles, nada de instituciones fantasmales. El tercer problema es el de la escuelita historicista, historiográfica. La ciencia, histórica, sociológica, antropológica, positivista o lo que sea, explicando la filosofía. La universidad de las “historias de las ideas” dejó de existir hace mucho. Esa sí que murió. La filosofía pura y heráldica de las grandes ideas de los grandes hombres, la mera exposición de los “sistemas” con solapita biográfica adjunta se perdió por suerte hace décadas. Pero esos años tenían la ventaja de mantener carreras menos propensas al suicidio y la locura. Se dictaban y aprobaban, como buen profesorado, en cuatro o cinco años, y punto. Ni el prurito de leerse a todos los filósofos, ni el de leerse a todos los cientistas historiadores, ni el prurito de la fábula de la investigación, ni el de meter en la bolsa de la filosofía todo. La filosofía “pura” de los años arcaicos no existe más ni debe existir, ojo. No confunda el señor lector lo que le quiero significar. La filosofía tiene que ver con todo, y todo va a parar a la bolsa de consorcio de la carrera: literatura, crítica literaria, fisicomatemática, historia, ciencias sociales, o el rocanrol como dicen algunos. Una carrera radiador. No me simpatizan los especialistas en ignorar todo salvo su especialidad, el chaboncito tipo new age o licenciadito menefrego. Me molesta una universidad que forre todo de niño. Estoy con los ermitaños que leen todo, estoy con los lectores, pero en el sentido de ese mito que inventó Borges; estoy con los Quijotes mientras salgan a la Mancha y no formen comunidades con establishments veritativos, estoy con la responsabilidad autoinfligida de una cierta solvencia socrática de la palabra, estoy con cierto enciclopedismo si no viene obligatorio del estado, estoy con un cierto afán de hombre orquesta propio de un erudismo de sabio argentino, pero a todo esto no se lo estimula con estas carreritas caretas que lo único que hacen, en sentido contrario de lo que declaman, es aborrecer la scholé, el otium inexorable del pensar o escribir, que crean pedantes mudos alimentados a fardos de capitulitos de fotocopia, recibidos de no leer jamás, de no levantar la voz jamás y fabrican martilleros públicos del paper que marchan como martillos no nischeanos, sino como los martillos aquellos que desfilaban en The Wall.


Hey kid, leave the teachers alone…

Es conveniente vivir otra vida filosófica, porque la filosofía que uno profese siempre tendrá una relación estrecha con la experiencia de vida de uno propio, aunque no deducible. La universidad imparte un registro finito de vidas filosóficas posibles. Un cierto método revista “Pronto” estilo Diógenes Laercio pero de afán eminentemente cognoscitivo (¿?) nos habrá de servir para una Crítica de la Farándula Filosófica. Crítica, que según los cantianos quiere decir conocimiento y según Blanchot quiere decir desunión, o sea: odio.
Y la pregunta que nos haremos (¿Quiénes? Yo, Superyó, Ello, el Genio Malo, el Kafkarudo y el del Espejo) es

¿Cómo se puede no vivir la vida filosófica que propone la universidad?

Y ¿qué otras vidas, si filosóficas, son posibles?






[1] Era Lamborghini: todos estamos Lamborghini, sin embargo los patrones de estancia de la literatura porteña quieren prohibir que se escriba así a cambio de la opción de ser un funcionario que quiere aparecer en cámara como escritor que firma con su innato seudónimo paterno toneladas de balzacianismo borgeano u oralperiodístico. La literatura capituló hace veinte años, lo que queda es in memoriam.


[2] O sea se hace el sicoanálisis a mansalva de todos porque eso es ser modesto. Esa es la responsabilidad de la palabra filosófica, el cuchicheo. Ese es el zumbar de estos tábanos socráticos. La Universidad: es mujer. Lo que llamamos el platonismo…travestido. ¿Será menester ir en pelotas para cambiar de diogenismo, del laerciano al canino? Alguien dijo que la histeria es la locura sin error: ¿filosofía? Saquémonos los calzones y filosofemos a pajeazo limpio, como aquel maestro.