por Luciano García
u otros

Dos difuntas

Dos párrafos sobre literatura y filosofía



Convengamos queridos: la filosofía y la literatura son cosa de otra época. Los que se acercan a eso terminan indefectiblemente, casi, en la universidad, donde las conservan como en formol, o las resucitan experimentalmente como al monstruo de Mary Shilley, o las representan como en un teatro. Al menos eso es lo más usual. La filosofía y la literatura son como cosa de otra época. Casi que se las practica como quien practica una autopsia. Lo que existe es el rock. Los cultos curten rock, curten cine, y una cosa que le llaman teatro. Yo no soy culto así que mucho de esto no sé, lo sospecho apenas. Sólo soy un experto en filosofía y en literatura, que se hace el logi, y el improvisado. También soy roquero; pero eso en mi otra vida. Tengo otra más en la que soy televidente; otra en la que soy futbolista, otra hincha, y otras que ni me acuerdo ni mejor acordarme.
Hay periodistas, hay roqueros de infinitos órdenes y subespecies, hay contraculturales, y hay gente que se recibe y se hacen profesionales. Unos pocos en vez de ser médicos, abogados o egresados de diseño gráfico, se vuelven licenciados en filosofía o literatura. Entre ellos se tiran flores bajo el ala de un género que se dedica al culto de algo que ya no existe ni creen por lo general que debería existir, llamados por ahora por quien suscribe literatura o filosofía. Esos géneros son la tesis o el paper, y la crítica literaria. Metafilosofía acaso, y la meta de la literatura, la crítica. La crítica es la literatura; la de los suplementos de los diarios – en un sentido -, y la de los conurbanos de la universidad. A falta de objeto no viene mal un objeto de discurso. Después hay gente que hace una especie de rock por escrito, una especie de periodismo con personas ficticias o se dedican a contextualizar en el presente histórico las formas históricas de esa cosa de otra época llamada literatura. Proust en Internet; Dumas rapero; Zola con Bush en Afganistán. Beatniks tecnos los más audaces. Escriben para un público que, bien o mal, confundió la literatura con lo que llamándole así le daban para leer en la escuela pública y que quieren seguir leyendo.
Así las cosas, sólo puedo decir hoy que me ne frega. Hagan de su culo un pito. Yo no he dicho que esté mal. Sólo he dicho que está, y he dicho.


Los filósofos van a la televisión a hablar de otra cosa pero con la historia de la filosofía a cuestas, o alegándolo. Al menos. Zafan de sus deshoras con eso. Los profesores enseñan lo que ya nadie puede o quiere hacer, y está mal visto. Los editores del mundo tienen que seguir laburando y necesitan sangre nueva que firme y ponga su apellido paterno sobre el cartón de las portadas de libros. Traman un complot por el cual hacen creer a los ingenuos – ya que nadie nace sabiendo – que aquellas cosas que dijimos del pasado, perviven en el presente. Y tienen sus amanuenses, nuevos amanuenses que desprecian la prudencia sabia y el relax de la vida en el anonimato. Amanuenses estrellas y carne de cañón de un gremio de la producción que factura un género de mercancías que tiene que seguir existiendo porque la demanda está, y aunque no estuviere habría que fabricarla. Como quien dice escriben los editores. O publican, quizá hay que decir a cambio, los editores. Hay editores en una palabra. Como quien dijo: ni sabios ni escritores.

Los jóvenes sí ejercen la filosofía y la literatura, en el mejor de los casos, aunque vayan quedando pocos. Hacen por primera vez, de la misma manera o casi, lo que ya fue hecho siempre.

Igual, todo bien.


No creo en nada de lo que he escrito. Por las dudas. Pero tu lo has leído. Y ahora, que la carga te quede, y te acompañe.



9/1/6