por Luciano García
u otros

De la impostura impuesta:

por un prólogo que reclama ser rechazado


(A “Improvisaciones Filosóficas” de Sebastián Vega)


La táctica de narrar avatares sintácticos de un cultivo somnífero de filosofemas, con el temple de la epicidad doméstica de la picaresca contemporánea, no es lo que esta noche me cautiva, ni me parece – esta semana – el camino preferible, menos cuando el gracejo cae en los baches verbosos de la melancolía nacional y veinteañera. Un metafisismo costumbrista – esto es: la crónica de un no hacer descontextuado – abusado de jaideguerderridismo, es un antítodo que ya no me inunamuniza. Ese dilacionismo culinario derivado de la actividad cansada de amasar conceptos arrebatados de azarosos anaqueles telarañados, amenaza con parecerse al vicio de una manía gratamente rebelde pero evidentemente estudiantil.

Los redactores de Esquizia – al a sazón – hubimos pergeñado un menjunje de derridadaísmo macedoniolacanista o jaideguerdelezismo a la patanische pero en cuanto gongorismo de las grutas o culteranismo del retorno bárbaro y narciso a la caverna: el platonismo grotesco como penúltima estación Kitsch, argentoposmo y esquizoperoncha, de su invertidismo universal ya en canonjía. Algunos tarados – que son los únicos que siempre aciertan – se lo tomaron en serio, y hubo que cargar con una culpa regalada a la que le mirábamos los dientes. Cosa de ellos. La gilada siempre es veritista y dispone del secreto de sus enemigos: nosotros, los Sensibles Men del Macrocentro Rosarino, los Superhombres Pectoralistas de la Era de la Boludez.

Hay que filosofar pero sin poder soportarlo.

No contestaré que “Improvisaciones Filosóficas” (venga o no con mayúsculas) es un título de “porquería”, como – dice Vega - de mi “Circo & Filosofía”, porque el estilo de la idiotez que me es propia, es otro, aunque peor.

El novel anciano Vega el Viejo, púber de apariencia rasputinesca, camarada amigo Sebastián del Valle de Saldán, autor de un apetecible “Zumo Filosófico” reconcentrado y con demasiado esencialismo cítrico, con todo, despacha en pac de seis un manojo de hallazgos de buena cepa ontocrítica.
A la maleza de un título inmerecedor del más modesto sex appeal la desarraiga el oportunismo feliz de su concepto. Vega, el pibe provecto, se desentiende de la vitoriada tradición de la Argentina ensayística y le opone al arte del ensayo el acto de la improvisación. “En la quietud – dice - quienes ensayan adoptan la posición del prócer frente a las cámaras de televisión, erguidos (yo cada vez más encorvado)”. A la erectilidad del animal metafísico, reptil vertical con hambre celeste que describió Schopenhauer, opone el old kid del conurbano agreste de la Docta un ideal de encorvamiento que es deudor de la impostura. El filósofo veguista danza y ríe, pero lo hace, y difícil que sea de otro modo, desde la imposición de la impostura, destino irrecusable de su ministerio vocacional.
La impostura, el equívoco del cuerpo, como se sabe, es el sino del filósofo, que desde su origen platoniano palpita y filosofa en el jonca de cuero de su alma: el soma. El filósofo es un barrilete voluntario sujetado por ese endeble piolín de tripas. El filósofo, de Platón a Vega, tiene cuerpo de impostor, y está contracturado o echa giba. Su voluntad de joder joroba pero su joroba tiende a coronarse en círculo andrógino, como aquel ser de bola que describía Aristófanes.
Si el filósofo en general, porque su oficio patético le obliga, vive en la impostura, el filósofo argentino – porque su entidad provinciana lo condena – afana en su ambición.

Sea cura colchonero rey de basto caradura polizón o J.T.P. de Teoría del Conocimiento .

El filósofo veguista es un bailarín contemplativo. Para mí que camina con las manos, y, patafísico serio o podosófico, hace la bicicleta elevando empeines hacia lo supralunar.



11/05
Hamlet García Barabani