por Luciano García
u otros

Crítica a la Universidad, pólvora en chimangos



Sólo el pensador visceral es capaz de ese tipo de seriedad, en la medida en que para él las verdades provienen de un suplicio interior más que de una especulación gratuita. Al ser que piensa por el placer de pensar se opone aquel que piensa bajo el efecto de un desequilibrio vital”.

Emile Cioran



Sin embargo en la universidad, parece, se alimenta la ilusión, la fantasía, bajo el entimema donde un precepto severo se emboza, de un evenement de la filosofía ajeno al placer y al padecimiento. La irrisión de una filosofía como deber.

En la universidad los patógrafos y los ludógrafos no son serios, son “chantas”: “no saben”.

Es evidente que una universidad de un estado moderno no puede funcionar sin vociferar el manifiesto del bien y la verdad, de un deber moral y de un conocimiento del objeto, dos mentiras o errores a cuya delación más tesonera y persistente, extrañamente, la universidad sirve de escenario perpetuo. Ni los massmedia, ni los partidos políticos, ni las asambleas vecinales, ni los happenings de cualquier logia de vanguardia o parodia de vanguardia, ni los catálogos de las editoriales, acumulan de una manera tan concentrada, explícita, minuciosa, insistente, la crítica a lo que la universidad detenta como fundamento de su raison d' etre. ¿Habrá en el mundo otro lugar tan propicio a la perversión como la Universidad?
No.

Sin el énfasis monomaníaco de Cioran – ese Porchia del mal genio y con diploma – quien suscribe estas líneas, su alteza el autor, en principio simpatizaría por igual del sujeto de una “especulación gratuita” que “piensa por el placer de pensar” como del torturado que “piensa bajo el efecto de un desequilibrio vital”. Sin embargo el arquetipo de filósofo que desea la Universidad – no queda más remedio que, en lengua provisoria e infiel, como anotaba el maestro socrático de los cien barrios porteños, enunciar esto malamente así, a fuer de las prosopopeyas a que obliga la gramática – no tiene nada de cómico ni de trágico, de sensual ni de morboso. Tan sólo es perverso: filosofa en la apatía. Su látigo lleva escrito “soy serio”, “soy riguroso”: “yo sé”.

Si yo pensara que hay que matar a mucha gente de la universidad no lo diría, porque me meterían preso. De modo que mi lector nunca sabrá si yo lo pienso o no, y si me obligaran, merced a la astucia oportunista de algún lector abogado, a expedirme en este orden, deben tener en cuenta, que daré una determinada respuesta que puede ser verdad, o puede ser mentira.

Y se vuelve a pronunciar el niño Cioran: “La muerte plantea un problema que sustituye a todos los demás. ¿Hay algo más funesto para la filosofía, para esa ingenua creencia en la jerarquía de las perplejidades?

Créase o no, crea el filósofo que cree o crea que no cree, difícil pensar que es posible hacer filosofía sin fascinar pole positions de aporismos y sorpresas. La anarquía de las perplejidades a lo mejor no es más que un diario íntimo o una novela de flujeos sujéticos. Pero el oficio exclusivo del jerarca anestesiado, entomólogo militarista, es la profesionalización del perverso.